La princesa manca

FITXA
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Títol: La princesa manca
Autor: Gustavo Martín Garzo
Il·lustradora: Mo Gutiérrez Serna
Edició: Kalandraka, 2019
Edat: a partir de 8 anys
Temàtica: conte popular, fantasia, oralitat


RESSENYA
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“[E]l gesto que inicia la literatura es el de la esposa de Barbazul abriendo el cuarto prohibido. Un cuarto cerrado es la pregunta que aún no se ha llegado a contestar, y ese es el mundo que explora la literatura"


Recupera Kalandraka este texto de Gustavo Martín Garzo publicado originalmente en 1995 por la editorial Ave del paraíso, y que también había aparecido posteriormente en Lumen (2006) y Debolsillo (2012), curiosamente siempre catalogado como “novela”, nunca como texto infantil y/o juvenil. [Interesante a ese respecto este texto del Centro Virtual Cervantes.]

En La princesa manca hay habitaciones que encierran preguntas sin contestar, así como cofres, bosques y todo tipo de objetos (como capas y vestimentas) que ocultan misterios, secretos que los personajes descubren a la vez que los lectores de esta nueva (y a la vez, tan antigua como el propio hecho de contar cuentos) fábula de Gustavo Martín Garzo, en la que parece que su autor esté jugando a ensartar, como si de cuentas de un collar se trataran, mitos, tropos y arquetipos de la historia inmemorial de la tradición cuentística popular. [Más referencias y una comparativa de La princesa manca con la tradición narrativa medieval, este estudio.] Cuentos dentro de cuentos, en los que además se mezcla el sueño profético que se convierte en realidad en un trasvase constante de fantasías que transportan al lector en volandas, sustrayéndolo del tiempo y el espacio para, sin soltarlo de la mano, acompañarlo en un viaje simbólico cuidadosamente construido y orquestado, en el que el autor ha cuidado hasta el más mínimo detalle.

Todo empieza con un niño, Esteban, y su abuelo. Ambos viven en los bosques, en ese tiempo mágico que sabemos que no es el nuestro pero somos incapaces de ubicar en ninguna cronología, alimentándose de lo que allí son capaces de recolectar, y acercándose al mercado del pueblo una vez al mes para vender e intercambiar los cestos y pequeños muebles que elaboran y así conseguir otros elementos de primera necesidad. Pero la vida transcurre, el abuelo de Esteban muere y nuestro protagonista se queda solo, continuando con la única vida que él conoce. En una de sus excursiones al mercado del pueblo se encuentra al borde del camino con un viejo hambriento al que Esteban ofrece comida, comida, más comida, hasta quedarse sin nada que ofrecer, y el viejo se marcha no sin antes decirle que al cabo de un mes volverán a encontrarse, y olvidando tras de sí un cofre que Esteban recoge y al principio se muestra reacio a abrir, pero cuya pequeña cerradura acabará forzando para descubrir en su interior… una mano con vida propia.

De la mano de esta mano y de la relación que Esteban entabla con ella, el autor nos lleva en un viaje en el que hay momentos de horror, de amor, de tristeza, de júbilo, terribles renuncias, sacrificios, intuiciones, descubrimientos y un largo etcétera. De los ecos a las mil y una noches, hasta los cuentos judíos pasando la tradición europea con reminiscencias de Barbazul y la Bella durmiente, La princesa manca construye un relato con un inconfundible sabor a folklore y tradición oral.

Acompaña el texto de Gustavo Martín Garzo en esta edición las ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna, que juegan a su vez a representar con su propio simbolismo la historia narrada. La edición es bellísima, desde el color de las ilustraciones hasta el de las tintas del texto y el tacto del papel, como si desde su propia presencia física el libro ya nos estuviera diciendo que ha llegado con la voluntad de tener una vida larga y feliz como una perdiz.

Por último, me permito un apunte personal a modo de advertencia: cuidado si la tradición literaria heteropatriarcal os hace salir sarpullidos. Si es vuestro caso, quizá este libro no sea para vosotres… aunque personalmente he sido capaz de sobreponerme al rol de la mujer como sumisa esposa, hija y acompañante de las figuras de poder masculinas para disfrutar de un texto embriagador y cuya intención no es cuestionar el status quo sino engarzarse en una tradición que estuvo ahí y constituye un corpus central en la historia de la narración occidental.

Os dejo con un fragmento del texto, que espero os despierte las ganas de dejaros llevar por el fantástico periplo de Esteban en búsqueda del origen de su amiga la mano viviente:

No era cierto que los sueños no fueran reales ni que las cosas que sucedían en ellos solo existieran en la imaginación de los hombres. El mundo que aparecía en los sueños no era menos cierto que aquel que tenían ante sus ojos, que aquel mismo salón - por ejemplo - donde estaban ahora, y cuyo suelo brillaba como la superficie de los lagos helados, o que aquel casco de oro, que habían labrado para él los mejores orfebres de Venecia, y cuya justa fama traspasaba fronteras. El problema no era la realidad o irrealidad de los sueños, sino cómo descubrir los caminos que los comunicaban con nuestra vida. Bastaba con encontrar uno de esos caminos y disponer de la técnica adecuada que permitía recorrerlo, para que fuera posible al instante el tránsito entre los dos mundos. Era esa posibilidad, solo presentida por los pueblos más refinados, como el chino, o los sabios más grandes, la que había hecho que ciertos objetos maravillosos hubieran llegado a formar parte de nuestro orbe. Por ejemplo, el cristal. ¿Quién podía dudar de que una sustancia así, que parecía prolongar la del agua que habría de contener, no era uno de esos objetos soñados? ¿No estaba el amor mismo, el curso delicado de las caricias, la vida escondida a que daba lugar, hecho de la misma materia que nuestros sueños? ¿De dónde venían los recién nacidos? ¿Adónde iban al morir los seres que habíamos amado? No, el sueño no se limitaba a guardar memoria de las cosas que previamente habíamos vivido en el mundo, sino que él mismo generaba sus propias criaturas y objetos. Esas criaturas y objetos no estaban antes en la realidad. El sueño las producía como la naturaleza producía los árboles, los animales y los planetas que poblaban el firmamento, y el hombre debía encontrar para ellas, como había hecho antes con las otras coas del mundo, un acomodo en su corazón.

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